Por Leonardo Moreno, Director Ejecutivo Fundación Superación de la Pobreza
Desde inicios de año, cuando la interrupción de una bengala provocó la suspensión del partido que jugaban Universidad de Chile y Deportes Iquique en el Estadio Santa Laura, el tema de la violencia en los estadios ha estado sobre el tapete no solo en el ámbito deportivo, sino también en sus repercusiones policiales, políticas y sociales. Ello dio comienzo a la aplicación de nuevas medidas de seguridad en el marco del plan “Estadio Seguro” impulsado desde el gobierno. Su debut fue conflictivo, pues en el partido entre Universidad Católica y, nuevamente, Deportes Iquique, la policía entró a retirar unos lienzos que colgaban desde la barra cruzada. Ante ello, los hinchas de la UC, quienes habían tenido un perfecto comportamiento en todo lo que va del año, reaccionaron, generando desorden y obligando a suspender por minutos el partido. Este incidente nos cuestiona desde dónde nace la violencia y nos invita a pensar en responsabilidades, que no son únicamente de las barras.
El nuevo plan marca un cambio de paradigma en torno a la violencia en los estadios, pues se pasa de atacar la violencia a atacar a las barras mismas, haciendo un diagnóstico errado sobre las causas del fenómeno. Así, se pone a las barras como origen de la violencia y no como la manifestación pública de una violencia que tiene raíces más profundas. Para nadie es un misterio que gran parte de los barristas viene de barrios populares, con escasa cohesión social y altos niveles de agresiones cotidianas. Sin embargo, muchos de ellos encuentran en las barras un mecanismo de integración, que si bien es precario, les provee una vinculación relacional incompleta, pero necesaria.
Eliminar las barras es intentar acabar con la cultura de estos sectores, barriendo también con una riqueza que es reconocida en todo el mundo y que está fuertemente arraigada no sólo en Chile, sino que en toda América Latina; y que incluso ha sido adoptada por algunos clubes europeos, quienes han copiado canciones, banderas y lienzos. Todo ello, conductas pacíficas bastante alejadas de manifestaciones violentas, las que en todo caso han existido desde antes del nacimiento de las barras en los 90.
Cualquier amante del fútbol, entendiendo por tal al que sigue no solo los 90 minutos de juego, sino que también toda la cultura que rodea al deporte mismo, sabe que el espíritu propio del fútbol sudamericano radica en el colorido y la pasión que entregan las barras. Lo que se vive es la fiesta del fútbol, y quienes también así lo entienden, son los mismos referentes de la actividad. Porque el comportamiento del público incide en el desarrollo del juego.
Respecto al plan de la autoridad, los propios futbolistas ya han hecho sentir su disconformidad con algunas de las medidas, como las que impiden estar de pie durante el partido y el ingreso de bombos, lienzos y papel picado. ¿Tienen alguna relación estas medidas con la violencia en los estadios? En absoluto, sólo pretenden eliminar la “cultura de las barras” e imponer una conducta ajena a nuestra realidad.
Se ha dicho que se pretende tener estándares internacionales. ¿Eso significa traspasar el individualismo que inunda las políticas y compartimientos sociales a los estadios? ¿Significa que el fútbol lo vivamos desintegradamente como vivimos gran parte de nuestra vida en sociedad? Si tanto nos impresionan las manifestaciones “civilizadas” europeas en torno a fútbol ¿por qué no importamos las medidas que facilitan la organización de las “peñas” españolas por ejemplo, que reúnen a los hinchas y les dan sentido de pertenencia?
El bombo congrega, no genera la violencia, y nada tiene que ver con los tristes hechos que han teñido y tiñen el fútbol con sangre, por el contrario, permite generar lazos. Eliminar las barras es desplazar el problema a la manifestación y no atacarlo en su raíz, es marginar una vez más a los que ya lo están, generando aún más violencia. Se debe eliminar la violencia en las barras y no a las barras mismas, pues ello implicaría una negación de una parte constituyente de nuestra cultura. Y eso es tan violento como una bengala o los obscuros negocios que algunos dirigentes mantienen con ciertos “líderes” de las barras y que han sido muchas veces el origen de los desmanes que hoy lamentamos. La autoridad debiera garantizar que adultos y niños vayan a los estadios de manera segura, y sí lo estiman, cantar y saltar arriba del tablón.